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Trabajo intelectual y autonomía, relación proveedora de autonomía intelectual. Año 5. Número 13

9 min de lectura

Autora: Rosa Elia Martínez Torres.

RESUMEN
Este artículo presenta la relación entre el trabajo intelectual y la autonomía: la autonomía intelectual. Para ello se considera la descripción de conceptos individuales y se identifica cómo pueden depender uno del otro racionalmente. Se plantean panoramas en los cuales es viable trabajar intelectualmente a favor de la autonomía de los estudiantes en beneficio de ellos y de la sociedad.

Palabras clave: Trabajo, autonomía, intelectual.

INTRODUCCIÓN
Para Jean Guitton (1999), el trabajo intelectual es “el oficio de la mente”, las cualidades mentales que dan lugar a pensamientos encaminados a entender, relacionar o solucionar un evento de forma natural, así, podemos suponer que siempre estamos realizando trabajo intelectual, incluso sin un objetivo final, como señala Yore (1993).

Para Aristóteles, el intelecto es aquello que somos y no nuestro carácter, es decir, identificar y describir que estamos formados por hábitos o virtudes, divididas en éticas e intelectuales, nos brinda una idea de que el trabajo intelectual representa una cualidad de insertar aquellos conocimientos que vamos adquiriendo cuando la mente está clara y relaciona con posibles soluciones a ciertos temas (Sinnott, 2007). Al hablar de pensamientos, nos referimos a cualidades internas de las personas, las cuales nos facilitan la comprensión y la comunicación exterior; el mismo Aristóteles defendía su teoría sobre las virtudes intelectuales para explicar la apreciación que las personas sienten por el arte: observan, interpretan y declaran.

La relación que existe entre el trabajo intelectual y las actividades educativas puede ser la postura directa del pensamiento al traerlo a la realidad: conocimientos adquiridos para dar solución.

Gramsci (1963) expresa que todos somos intelectuales, pero sólo algunos realizan la función adecuada y los profesores entran en ese grupo de intelectualidad. Partiendo de esta idea, el trabajo intelectual es el proceso que docentes y alumnos realizan para lograr la adquisición de conocimientos y competencias para desenvolverse e involucrarse en el ámbito educativo. A los docentes les toca generar espacios de aprendizaje con actividades significativas y encaminadas a potenciar competencias básicas y específicas; trabajo intelectual que hace énfasis en el crear, organizar, plantear al grupo objetivos por alcanzar, monitorear comportamientos y orientar a los estudiantes en el transcurso de la actividad; además de crear momentos de evaluación para hacer consciente lo aprendido.

Por su parte, el alumno presentará su trabajo intelectual en forma de asistencia a clases (con la aceptación hacia su propio aprendizaje y con apertura a nuevos conocimientos), de prestar atención a lo expuesto, de participar en el desarrollo e incluso en la preparación de la actividad, de realizar tareas, de retroalimentar a sus compañeros y al mismo profesor, de exponer el nivel de su aprendizaje y ser evaluado. El trabajo intelectual del estudiante se enfoca en la adquisición de conocimientos, hábitos y actitudes, se erige en lo intangible: la mente, la consciencia; se observa en la transformación y aplicación de dichos conocimientos en la realidad y, es evidencia también, del crecimiento que tienen como personas en la sociedad.

DESARROLLO
La autonomía supone reconocer la capacidad que tiene toda persona de dirigir su propia vida de acuerdo a su consciencia. Kant (1967) llama autónomo a aquel sujeto que vive según sus propias leyes, describe que existe una autonomía de voluntad cuando se obedecen las propias leyes, ya que estas tienen origen en la razón. Vázquez (2008), en su acopio de reflexiones de Durkheim (1900) remite el término de autonomía al derecho que tiene toda persona de autoregular tanto su vida como sus creencias, que esté libre de prejuicios o imposiciones de cualquier carácter, sea político o religioso, por lo que la autoridad a reconocer es la razón.
La razón se convierte entonces en la referencia que antecede a la autonomía y la relacionamos con una parte importante de la intelectualidad de las personas. Como lo describiera Descartes (1985), la razón es un método para alcanzar un panorama intelectual. Así, la autonomía la relacionamos con la capacidad de tomar decisiones por uno mismo, mostrar responsabilidad al hacerlo y conducir por medio de esta decisión, el propio comportamiento, el cual por medio de la razón, participa medularmente en el trabajo intelectual.

Autonomía intelectual enfocada al aprendizaje
Una vez conscientes de esta relación: trabajo intelectual y autonomía, formaremos el concepto de autonomía intelectual, el cual poco ha sido explotado. La autonomía intelectual juega un papel importante, ser sólo autónomo no basta, se requiere también una autonomía proactiva, esto es, ser creador y colaborador de espacios para el propio aprendizaje y la formación, generando significatividad en casi todos los ámbitos además de crear vínculos más fuertes con la razón, los valores y los principios. La autonomía por sí misma genera actitud de motivación y autoestima a quien la experimenta (Freire, 2004). La autonomía intelectual puede abrir fronteras de pensamiento que en espacios físicos conlleve al éxito.

La autonomía intelectual la podemos visualizar como una combinación de diferentes capacidades, que hacen posible que las personas resuelvan, mejoren o enfrenten situaciones; estas capacidades son el pensamiento crítico, el pensamiento creativo y el pensamiento ejecutivo (Zeballos, 2008).

También podemos decir que la autonomía intelectual parte de la independencia para tomar decisiones y la originalidad en el enfoque y la presentación (Jiménez Rodríguez, 1997). En la educación primaria, Zeballos (2008) y Rodríguez (1997) plantean que el trabajo intelectual educativo inicia en las aulas, donde se genera confianza para interactuar en ambientes cálidos; llegar a estar conscientes de ejercer con autonomía las decisiones que se toman generará personas altamente intelectuales, pensadores con mayor responsabilidad ética y aprecio por los semejantes.

El trabajo intelectual genera autonomía y esta autonomía puede clasificarse en intelectual cuando se conjugan factores que en primera instancia gestionan los sistemas al elegir modelos educativos coherentes con la identidad cultural y social que se tiene; posteriormente, será labor de los docentes, que su trabajo intelectual genere ambientes de aprendizaje que formen hombres de bien que puedan incluirse en la sociedad. La autonomía intelectual se entiende como una obligación a ejercer y a desarrollar en los demás, procurando dotarla de principios éticos y valores de convivencia humana.

El dilema de la autonomía intelectual en las aulas
En la vida escolar existe una rutina de enseñanza, en donde aprender dista mucho de realizar trabajo intelectual, como lo expresa García (2009) cuando hace énfasis en que la escuela no prepara para la vida, sino que se maneja en bloques: la primaria prepara para la secundaria, ésta para el bachillerato y este último para los estudios profesionales. También hace hincapié en el desprendimiento de conceptos de libertad y respeto hacia los educandos, indicando que el nivel de autonomía que se les permite varía según el educador, ya que éstos defenderán la supresión de la autoridad adulta en las escuelas.

En varias ocasiones encontramos que los jóvenes universitarios no presentan características de trabajo creativo, libre de juicios, porque su educación ha sido limitada, no se les ha permitido saltar de un estado heterónomo a un estado de autonomía, y así ha sido desde su infancia (Piaget, s.f.), ante esto asumimos que la autonomía no está presente como cualidad de los estudiantes.

El dilema se presenta entonces al no crearse ambientes educativos autónomos, tanto el trabajo como la autonomía intelectual se ven mermados provocando estudiantes que siguen instrucciones tradicionales, que al egresar afrontarán los efectos de un ambiente laboral agresivo y mentalmente veloz (trabajo intelectual) con competencias específicas, que difícilmente podrán alcanzar.

García (2009) muestra que el trabajo intelectual dentro de las aulas es básicamente nulo, ya que la dependencia de los estudiantes se vincula con el método de enseñanza de los docentes (dependiente de lo que marcan los modelos educativos), de ahí que las reformas educativas son esenciales para contrarrestrar el daño causado a la autonomía intelectual de los estudiantes.

Panoramas para la generación de la autonomía intelectual
Propondremos de manera breve algunos panoramas en los cuales se puede considerar la importancia de tener estudiantes que viven la autonomía intelectual:

Parte importante en la formación de los estudiantes es crear competencias básicas que les permitan cursar con armonía y seguridad sus estudios profesionales y que al egresar les facilite la adaptación al mundo laboral, sin mayores complicaciones. Estas competencias adquiridas deberán ser dinámicas. El trabajo intelectual que ejerza el docente durante los estudios del alumno deberá promover la autonomía del mismo. El trabajo intelectual que se haga beneficiará a: docente, alumno, conocimiento, autonomía, inserción en el mundo laboral y desarrollo personal.

En otro panorama, Freire (2004) pugna porque la educación sea dirigida a los alumnos y a los docentes, quienes deben saber hacer, educar, lograr la equidad, transformar e incluir a todos los individuos en la sociedad. Docentes y alumnos son invitados a la reflexión sobre lo que se piensa y dice, pero aceptando el riesgo con responsabilidad y rechazando cualquier tipo de discriminación sin dejar de asumir su identidad cultural. Entonces, el docente debe apreciar a los estudiantes en el transcurso de la búsqueda de su identidad humana, dentro y fuera del aula.

El docente debe respetar la autonomía de sus alumnos, como lo debe hacer con él mismo, permitiendo mostrar su ética en todo momento, ya que esta consideración a la autonomía y a la dignidad es un imperativo y no un favor a conceder. Permitir a los estudiantes curiosidad, gustos estéticos, inquietud, lenguaje, es una parte formadora de los docentes, además de ser conscientes de no tratarlos con ironía, no limitarlos en su libertad. Hacerlo transgrede los principios éticos de la existencia de la humanidad. Ante estos incidentes de transgresión, de discriminación, se fija una postura inmoral y se debe luchar contra ella (Freire, 2004).

“Lo bello de ser persona se encuentra entre otras cosas, en esa posibilidad y en ese deber de pelear. Saber que debo respeto a la autonomía y a la identidad del educando exige de mí una práctica totalmente coherente con ese saber” (Freire, 2004).

De esta forma, la autonomía intelectual de los estudiantes puede ser el resultado del trabajo intelectual que el docente ha inculcado en el quehacer cotidiano de su profesión, al concentrarse no sólo en la transferencia de conocimientos específicos, sino en la inclusión de valores, competencias genéricas y aprecio, esto es: involucramiento real con seres y no con productos.

Otro panorama de actuación lo observamos al potenciar los ámbitos de autonomía juvenil en el entorno social (Benedicto, 2005). Ya que todas las nuevas condiciones sociales de la dependencia afectan de igual manera la actuación de los jóvenes, quienes tienen baja relación afectiva con sus padres, sus pautas de consumo son fuertes, su estilo de vida es acelerado, por lo que la autonomía se ve afectada por la falta de control sobre la ejecución del trabajo intelectual que realizan dentro y fuera del aula. Se requiere enfocar el entorno escolar y el social, para minimizar los efectos de dependencia en cuanto a la autonomía intelectual.

CONCLUSIONES
El trabajo intelectual y la autonomía se relacionan mediante la razón en función de la autonomía intelectual. Para que la autonomía intelectual tenga lugar en el ámbito educativo, deberá existir raciocinio para realizar el trabajo intelectual requerido, que sea autónomo de actuación de los que enseñan y aprenden, así la autonomía intelectual será protagonista de la pericia que los estudiantes demuestren para solucionar cualquier aspecto de su vida teniendo oportunidad de ser exitosos.

Podemos recalcar también, que para que se dé una relación de trabajo intelectual y autonomía en los ámbitos escolares se debe manifestar una actitud de apertura por parte de los docentes, quienes por ser los de mayor conocimiento serán los que la propicien. Cuando los docentes no son conscientes de la importancia de ser autónomos se crea dependencia también en los estudiantes. Por ello, el ser sensibilizados (Freire, 2004) y enseñar con base en actividades que representen trabajo intelectual, dotará de significado al aprendizaje de los estudiantes, quienes inmersos en su propio trabajo intelectual demostrarán autonomía en su desarrollo y autonomía intelectual, además de compromiso con su entorno.

Por otro lado, no podemos delegar la observación de Benedicto (2005), quien nos recuerda la presencia de factores sociales que deben ser tratados con el apoyo de los padres y la sociedad para minimizar sus efectos: los ambientes escolares darán pauta a la autonomía intelectual deseada para los estudiantes.

El docente ha creado espacios libres, dinámicos, en los cuales se aprecia la creatividad, innovación, inquietud del alumno, por lo tanto deberá crear ambientes especiales para la puesta en marcha de aquello adquirido en forma de conocimientos y principios éticos a seguir. El trabajo intelectual del docente prepara para que el trabajo intelectual y autonomía del alumno luzca en términos de eficiencia, eficacia a favor de la sociedad y, sobre todo, de su propia autonomía intelectual.

BIBLIOGRAFÍA
Benedicto, J. (2005). El protagonismo cívico de los jóvenes: autónoma, participación y ciudadanía. UNED. Recuperado de http://www.joveselx.com/dinamia/archivos/2005/protagonismoCivicoDeLosJovenes.pdf

Descartes, R. (1985). Meditaciones metafísicas: Las pasiones del alma. Orbis.

Freiré, P. (2004). Pedagogía de la Autonomía: Saberes necesarios para la práctica educativa. Sao Paulo: Paz e Terra SA.

García, C. (2009). Corrientes críticas a la escuela tradicional. Revista Digital Innovación y experiencias educativas, (14).

Gramsci, A. (1967). La formación de los intelectuales. México: Grijalbo.

Guitton, J. (1999). El trabajo intelectual. España: Ediciones RIALP.

Kant, I. y García, M. (1967). Fundamentación de la metafísica de las costumbres. España: Sanfer.

Puig, J. (1996). La construcción de la personalidad moral. España: Paidós.

Rodríguez, G. (1997). Evaluación en Matemáticas: Una integración de perspectivas, Síntesis. (Tesis inédita).

Sinnott, E. (2007). Aristóteles: Ética nicomaquea. Argentina: Ediciones Coligue.

Vázquez, J. (2008). Autoridad moral y Autonomía. México: ITESM.

Yore, L. D. (1993). A comment on ‘Hypothetic-deductive reasoning skills and concept acquisition: Testing a constructivist Hypothesis’. Journal of Research in Science Teaching, 30(6):607-611.