Mi paso por la universidad
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A poco menos de tres meses de concluir mis estudios de licenciatura, debo confesar que no me he dado a la tarea de investigar si soy o he sido la alumna en la Universidad ETAC, con más años de edad.
Así es, el próximo agosto, a mis 57 años cumplidos (y a escasos dos meses de cumplir 58), terminaré de estudiar la licenciatura en Administración de Empresas.
Recuerdo el primer día que llegué a mi salón de clases; casi no podía contener la risa ante el asombro de la mayoría de mis compañeros de banca. Los más jóvenes no disimulaban su curiosidad; algunos no tan jóvenes aparentaban indiferencia o se mostraban recelosos, incluso –ahora lo sé- hubo quien se sintió amenazado por mi simple presencia.
Debo decir que estaban verdaderamente sorprendidos porque una persona “de mi edad”, estuviera en el mismo salón que ellos y preguntara y participara tanto en el primer día de clases, cuando la mayoría no se atrevía ni a levantar a mano.
Me divierte saber que mis –ahora- queridas amigas me hubieran considerado una “sabelotodo” o “payasa” en aquellos días -que cada vez se sienten más lejanos- y puedo presumir que, con el paso del tiempo hemos logrado formar un equipo de estudio sólido y verdaderamente funcional, además de una amistad que sinceramente deseo, perdure por el resto de mi vida.
Cuando decidí inscribirme en la universidad etac, muchas personas calificaron mi esfuerzo como inútil, y me decían “a tu edad ya para que estudias”, sin embargo, no me arrepiento de haber tomado la decisión de continuar mi preparación académica y menos por haber elegido esta universidad donde he sido tratada con calidez, cordialidad y gentileza. Realmente la he sentido como mía.
He recibido clases de profesores de todos tipos, algunos con poca experiencia, otros prepotentes, otros fabulosos, otros tan humanos y todos calificados como el que más y de todos he aprendido tantas cosas.
Es justo decir que ahora tengo más conocimientos –o un poquito menos ignorancia-, gracias a su esfuerzo y dedicación y a que atesoro lo que de manera incondicional me han dado: su sabiduría y su amistad.
En estos más de ocho cuatrimestres que conservaré con amor en el libro de mi vida, he tenido la oportunidad de convivir con personas de edades tan diversas como nubes en el cielo y todos -sin excepción- me han enseñado algo.
Los más jóvenes me ayudaron a recordar aquella sensación tan extraña de la primera vez que ingresé a la universidad –hace ya más de 38 años- y los de más edad han compartido conmigo su conocimiento, su experiencia y sus vivencias.
Me he divertido como adolescente, he hecho el papel de mamá e incluso de abuela cuando así lo consideré necesario y he sido sumamente feliz porque recibí y brindé ayuda, experiencia y saber.
Desafortunadamente, también he sido testigo de la deserción de casi 50% de mis compañeros, ¿las causas?: infinitas.
Sin embargo, espero que algún día, tal vez recuerden que “a mi edad” hice una carrera y ellos también la hagan. Sería un verdadero honor que alguien siguiera mis pasos en este sentido.
Pronto obtendré el título que acredita algunos de los conocimientos que poseo, y digo algunos porque mi experiencia de vida, mis otros estudios, el trabajo que he desempeñado, mi familia y toda la gente que he conocido a lo largo de estos 57 años también me han enseñado.
Por María de las Mercedes Noreña Rosete.
Estudiante de Licenciatura en Universidad Etac, Coacalco.
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