Factores para la detección precoz de la depresión en el adulto mayor por el personal de enfermería. Año 1. Número 2
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Autora: Graciela Saraí Candia Lomelí.
Resumen
El presente artículo muestra la falta de casos no diagnosticados de depresión en el paciente anciano, por considerarse que se debe al envejecimiento normal. Se propone que es necesario desarrollar estructuras de atención sanitaria que permitan detectar tempranamente este trastorno, propiciando la calidad de vida del anciano.
Palabras clave:
Depresión, anciano, detección, precoz, atención, enfermería.
Introducción
La población mundial envejece de forma importante, durante los próximos 50 años los adultos mayores de 65 años superarán los 1,041 millones de habitantes: 14% en países desarrollados, 77% en países en vías de desarrollo y 9% en países de bajo desarrollo. Social y económicamente se requerirá un cambio gradual en el perfil de recursos físicos y humanos en la educación, la salud y el empleo (Novelo de López, 2005).
Actualmente, México ya enfrenta el envejecimiento de su población. Este aumento de ancianos propicia frecuentes padecimientos psiquiátricos con riesgos de invalidez y de deterioro progresivo, que asociados a circunstancias sociales o familiares adversas que desencadenan enfermedades como la depresión.
La depresión senil será un importante problema de salud pública, especialmente en ancianos con padecimientos médicos, limitaciones físicas, afligidos, con pérdidas recientes y problemas no resueltos que repercuten en una baja autoestima y sentimientos de desamparo (Rebraca et al., 2007).
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS, 2004), la depresión es mayor después de los 60 años y 121 millones de personas en el mundo la padecen, para el año 2020 esta enfermedad será la segunda causa de incapacidades en el mundo.
Las enfermedades mentales hoy requieren cuidados a largo plazo, cuidados no sanitarios de tipo residencial, ocupacional, ocio, educacional, vocacional-laboral, apoyo, cuidado familiar y social: una atención integral frente a estos padecimientos en aumento y frente a un sistema de salud poco preparado.
Estos cuidados sanitarios necesarios requieren la transformación del profesional de la enfermería para orientarse no sólo hacia el sistema de salud pública sino hacia el privado, mejorando los cuidados asistenciales/clínicos de la atención médica-psiquiátrica para lograr una mayor cobertura en los servicios de salud.
La atención psiquiátrica debe incorporarse a los servicios primarios de salud. Esto ayudará a diagnosticar más rápidamente padecimientos como la depresión limitando las discapacidades graves, los suicidios, el sufrimiento personal y familiar, además del costo sanitario general.
Desarrollo
El envejecimiento global del último siglo es considerable y producto del declive en las funciones físicas, cognitivas y sociales de la población anciana. Según el Informe de las Naciones Unidas (2002) sobre el envejecimiento de la población mundial: 1950-2050, las repercusiones serán: sociales, económicas, culturales, sanitarias, entre otras.
Económicamente el envejecimiento de la población afecta el crecimiento, el consumo, el ahorro, el gasto, el trabajo, las pensiones, los impuestos, la transferencia de capitales y de propiedades, pero también afecta el gasto médico, la atención sanitaria, la composición de las familias e incluso las migraciones globales.
Los ancianos son agentes pasivos y los agentes activos de la sociedad se encargan de ellos, esto incrementa el gasto para el sector sanitario que no es suficiente, no sólo para el sector familiar que por ahora es el principal responsable del cuidado de los adultos mayores. Sin embargo, los cambios en la estructura familiar, la incorporación de la mujer al trabajo y la especulación inmobiliaria, expulsando a las familias jóvenes a viviendas sociales de reducidas dimensiones y localizadas en la periferia de las ciudades, imposibilitan el mantenimiento de la ayuda informal y fomentan la soledad en la vejez.
Actualmente el cuidado al adulto mayor se está reduciendo, esto repercute en el sistema de salud que será en encargado de solucionar esta condición, además de las enfermedades y la potencial invalidez de los ancianos.
El Banco Mundial calcula que los padecimientos neurológicos y psiquiátricos contribuyen con 12% del costo total de las enfermedades médicas; la OMS (2004), 20%. Estos trastornos medidos por años de vida ajustados por discapacidad representan 11.5% de la carga total de enfermedades. Entre ellas destaca la depresión: 36.5% del total y el alcoholismo con 11.3% (Secretaría de Salud, 2002).
Según datos de la OMS (2004), 25% de las personas mayores de 65 años padecen trastornos psiquiátricos, la depresión es la más frecuente; para el año 2020 será la segunda causa de discapacidad y muerte prematura en países desarrollados, después de las enfermedades cardíacas. A escala mundial la depresión es dos veces más alta en mujeres que en hombres. La OMS sitúa la incidencia de la depresión (clínicamente diagnosticable) entre la población de los países más desarrollados en 15 % (Pérez Martínez, 2009).
En 2010 en México se aplicaron encuestas nacionales de salud de la Secretaría de Educación Pública y el Sistema de Vigilancia Epidemiológica, detectando trastornos mentales entre 15 y 18% de la población general; con frecuencias similares en hombres y en mujeres.
La depresión se padece de forma diferente en todo el país. Los hombres la padecen más en Jalisco, Veracruz y Tabasco, con 5, 4.6 y 4.5%, respectivamente; frente a menos de 1% en Nayarit y Nuevo León. En las mujeres la prevalencia es más alta en Hidalgo, Jalisco y el Estado de México, con 9.9, 8.2% y 8.1%; frente a estados con menos de 3% en Sonora (2.8%) y en Campeche (2.9%) (Belló, 2005). En México la depresión en mujeres abarca 9.5% y en hombres 5% en adultos mayores de 60 años.
Dos riesgos incrementan la depresión en la tercera edad: la conducta suicida que se eleva hasta cuatro veces más en los mayores de 65 años en relación con las personas menores de 25 años; el deterioro cognitivo que asociado a la depresión aumenta de cuatro o cinco veces el riesgo de demencia irreversible en 34 meses.
Los trastornos depresivos entre los adultos mayores son más frecuentes en quienes viven en hogares geriátricos: 15 a 35%; entre los hospitalizados: 10 a 20%; y 10% entre quienes viven en la comunidad (Sánchez, 2008).
Los trastornos afectivos son similares entre ancianos y jóvenes, pero la detección en los primeros depende de rasgos semiológicos que complican el diagnóstico, teniendo más peso las causas médicas y psicosociales.
Junto con una detección oportuna, la información adecuada hacia los usuarios de los sistemas de salud acerca de las posibilidades de acceder a los programas que garantizan la pesquisa y el tratamiento de las condiciones más prevalentes y severas, resulta un factor clave en la reducción de síntomas que no sólo implican dolor y sufrimiento psíquico, sino que afectan de manera severa la calidad de vida de los sujetos que los padecen, además de a las personas de su entorno inmediato, como la familia (Erazo, 2010). La familia que suele ser el principal sostén de cuidados de los adultos mayores y caya carga es mayor frente a una población cada día más anciana.
Un estudio comparativo realizado en México mostró en 1988 que las personas que buscaron ayuda relacionada con problemas de salud mental recurrieron en primer lugar a familiares y amigos, como segundo lugar a la automedicación y siguiendo este orden asistieron al clérigo, a los servicios de salud mental y al curandero. Aunque al acudir al médico el primer contacto no suele ser con un psiquiatra.
En la mayoría de los casos, la depresión no es bien diagnosticada pues se cree que forma parte del envejecimiento normal, puesto que en el adulto mayor la depresión se puede esconder entre síntomas somáticos, ya sea como manifestaciones del síndrome depresivo o porque a causa de éste se acentúan los síntomas de otras enfermedades (Espinosa, 2007). Las consecuencias de esto implican la ausencia de tratamientos efectivos que podrían mejorar las alteraciones depresivas, la comorbilidad y la calidad de vida.
El uso de instrumentos de detección estandarizados no es habitual. Esta cuestión centra este trabajo y circunscribe el interés inicial en realizarlo: si el déficit de detección de trastornos depresivos geriátricos, de acuerdo con los estudios epidemiológicos, es generalizado, también en la unidad asistencial en que se trabaja debe producirse una situación semejante (Nolla, 2005). Instaurar un sistema de identificación temprana de estas condiciones repercutirá en las graves consecuencias psicosociales que implica el retraso diagnóstico y la implementación de intervenciones terapéuticas capaces de reducirlas.
Para instaurar este nuevo sistema es necesario desarrollar la Psiquiatría como especialidad, pero también observar su metodología en la atención primaria de salud, mientras se resuelven los casos existentes. Esto no implica que la resolución de estos casos deba recaer en ese nivel de atención, dada la necesidad de una terapéutica cada vez más compleja, especializada y de multi-nivel (Erazo, 2010).
La adecuada formación de los profesionales de este nivel sanitario parece clave en la detección temprana de las enfermedades mentales y en la implementación de terapias probadamente eficaces en la disminución de la sintomatología y por tanto de sus consecuencias sociales (Erazo, 2010).
Con la formación apropiada, se pueden realizar muchas intervenciones en salud mental que las asignadas actualmente, favoreciendo la cultura de la prevención y detección oportuna, disminuyendo la incidencia en los trastornos psiquiátricos.
Cabe destacar que la cantidad de profesionales de la salud mental no es suficiente, particularmente en las poblaciones menos céntricas que padecen de atención psiquiátrica, psicológica, de enfermería y trabajo social.
Hay 2700 médicos psiquiatras en México, la mitad certificados: dos psiquiatras; 0.05 trabajadores sociales psiquiátricos; 0.04 enfermeras psiquiátricas, en cada caso por cada 100,000 habitantes.
Según el Registro Nacional de Infraestructura para la Salud de las 12,000 unidades de consulta externa del primer nivel de atención, pocas cuentan con atención mental. La mayoría de los pacientes psiquiátricos son atendidos exclusivamente en este nivel asistencial, pero se ha constatado que en la detección, el diagnóstico, el tratamiento y el seguimiento de los pacientes con depresión hay carencias significativas respecto a “la mejor práctica” (López, 2008).
El profesional de la enfermería debería adoptar un papel activo al diseñar políticas sanitarias para la prevención, promoción e intervención en salud mental en el contexto de la atención primaria. Esto beneficiaría la atención integral de los pacientes que la padecen, facilitando su reconocimiento y el entendimiento de la misma, por parte, de parientes y enfermos, incrementando la capacidad resolutiva de atención, al enfocar la atención en las minorías vulnerables, los grupos considerados de mayor riesgo social y de salud (Barajas et al., 2006).
Conclusiones
A pesar de las posibilidades de tratamiento de la depresión, la falta de diagnóstico adecuado complica cualquier esfuerzo por reducir las consecuencias económicas, sociales y de salud que este padecimiento genera.
La diabetes mellitus y la hipertensión arterial tienen una duración menor a la depresión que dura de 6 a 8 meses, es más severa e incapacitante. No es normal considerar que la senectud trae consigo el síntoma depresivo, la depresión en los ancianos si no se diagnostica ni se trata causa un sufrimiento innecesario en el anciano y su familia.
El problema de la depresión rebasa a la persona y su familia, abarca y se puede considerar un problema sanitario, económico y psicosocial en crecimiento debido a la decrepitud de la sociedad.
La acciones de capacitación al personal de salud deben enfocarse en los enfermeros que tienen el primer contacto con esta población afectada, los enfermeros deben capacitarse constantemente y actualizarse para reconocer los principales síntomas, las fases de la enfermedad y el tratamiento más eficaz; deben reconocer también los criterios para canalizar a los pacientes al segundo y al tercer nivel de atención.
La capacitación del personal de salud es hoy el principal factor para identificar los desórdenes mentales, principalmente cuando se trata de la afectación en los adultos mayores. Será importante que daca vez más estos profesionales de la salud sepan dirigir a los pacientes hacia los servicios necesarios para tratar los padecimientos que detecten. Es menester potenciar la intervención de la enfermería en el manejo de la depresión en la atención primaria a los adultos mayores, proveyendo los cuidados necesarios al paciente depresivo.
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