El lugar de la locura en la razón. Año 2. Número 3
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Autor: Nicolás Rivera Ávila.
RESUMEN
La locura es un significante que se ha utilizado desde el espacio de lo cotidiano hasta el lugar de la clínica y se ha ido delimitando en relación con la razón, como si ambas fueran de estatutos diferentes, o como si cada una tuviera su espacio consagrado en lo social.
Aproximaremos la forma lógica en que cada uno de estos lugares tiene su espacio común y cómo es que la razón intenta ejercer una posición de amo ante la mal llamada locura.
PALABRAS CLAVE: locura, razón, ciencia, certeza.
INTRODUCCIÓN
Mi locura y mi miedo
tienen grandes ojos muertos
la fijeza de la fiebre
lo que mira en esos ojos
es la nada del universo
mis ojos son ciegos cielos
en mi impenetrable noche
está gritando lo imposible
todo se desploma
véndame los ojos
amo la noche
mi corazón es negro
empújame hacia la noche
todo es falso
sufro
el mundo siente la muerte
los pájaros vuelan los ojos desorbitados
eres sombría como un cielo negro.
Bataille
La locura ha marcado sus propios espacios de manera indirecta y sus propias formas semánticas y fonéticas desde ese lugar considerado como la sin-razón. Esto parece tener su propia continuidad en lo social, se sigue relegando al loco, relegar en tanto se acude al querer entender a la locura desde la razón; y es ahí donde peculiarmente no se encuentra el loco.
Si en el loco hay poiesis se le reconoce (quizá, o tal vez después de su muerte), pero de no ser la poiesis que se puede usar o vender, la creación queda en el olvido o anulada, justo a la manera del soliloquio como eso que se habla sin interlocutores, queda en el registro de la realidad psíquica de quien lo ha nombrado; contando con que en la locura las voces hacen presencia en lo real.
El significante locura ha tenido su lugar no sólo históricamente, sino que ha dominado, junto a la sin-razón, a través de los campos de la clínica en el tratado de la realidad psíquica. Y con esto viene el mito de la locura, del que se ha servido la noción tradicional de la psicología y psiquiatría para relegar su presencia en la sociedad, para resguardarla y dejarla ahí, a la manera de la nave de los locos.
Para ser poeta hay que adivinar en el espacio indiferente, en los jeroglíficos del aire, en la pregunta arrodillada ante el enigma o en la flébil respiración del ave fénix, las vísperas de un portento (González Rojo, 2007).
DESARROLLO
En ese espacio indiferente es en donde el loco pareciera poeta, sin olvidar que la metáfora puede o no estar en su discurso. Habla a la manera del filósofo, en un terreno donde el delirio puede cautivar a su escucha, después de todo, las voces le acompañan.
“El origen de lo reprimido neurótico no se sitúa en el mismo nivel de historia en lo simbólico que lo reprimido en juego en la psicosis, aún cuando hay entre los contenidos una muy estrecha relación” (Lacan, 1956).
Lacan nos muestra un sujeto que ante el mundo mantiene una relación imaginaria. Desde Freud podemos atender a una realidad psíquica y no física, pues es desde lo psíquico que nos imaginamos el mundo físico, lo inventamos o le damos sentido a través de lo cotidiano que ya el otro ha delimitado. La razón aquí es un puente que muestra por un lado el sentido y por otro, lo dado por la ciencia, lo justificado y comprobable; justamente ese lugar es en donde el sin-sentido se coloca bajo del puente.
En la psicosis, el sujeto habla de él mismo desde la certeza, y aquí entramos en la relación de la certeza con la razón, ¿acaso no llegan a ocuparse de las mismas afirmaciones? ¿No es el discurso de la ciencia un discurso que desborda en las certezas? ¿No es acaso ese discurso el que aprehendemos al referirnos al mundo físico, un discurso que da por hecho que los objetos tienen nombre y lugar y, por tanto, eso es lo que son, bajo la tutela de su representación universal?
“Lo que nos garantiza la objetividad del mundo en que vivimos es que ese mundo nos es común con otros seres pensantes”. Por el contacto que tenemos con los otros hombres, recibimos de ellos razonamientos totalmente hechos, sabemos que esos razonamientos no son nuestros y, al mismo tiempo, reconocemos allí la obra de seres racionales como nosotros” (Poincaré, 1964).
Si imaginamos un poco la forma como se va escribiendo y rescribiendo la locura a partir de la razón desde la ciencia; podremos ver que hay un tratado de poder, justo a la manera de la dialéctica del amo y el esclavo, en donde el esclavo con el traje de loco, difícilmente puede ir gritando por las plazas que tiene la razón, y quizá más de una razón, pues su discurso incluye varias voces.
Difícilmente algo nos puede garantizar la objetividad del mundo, la razón misma no da cuenta de ello por completo. La comunicación es un deseo de estar comunicados desde nuestro narcisismo, aparece un límite en tal comunicación que nos hace incluso pensar que lo que se produce en nuestro discurso es lo que quiere escuchar el Otro, y es aquí donde se puede producir el equívoco de dar cuenta de todo para garantizarnos la objetividad del mundo.
El lugar de la locura
“El delirio se presenta como un parche colocado en el lugar donde originariamente se produjo una desgarradura en el vínculo del yo con el mundo exterior” (Freud, 1924).
El loco tiene su lugar en lo social, algo le avisa a la ciencia sobre ese loco, le pone en evidencia, le estropea los planes y le deja en falta para esclarecer el delirio. Le da un don a la psiquiatría que es indispensable para su abordaje, que es un abordaje que quizá esté fuera de la razón, o ¿cómo es que se podría pensar la locura? El difícil acceso al delirio del que goza el loco pertenece al campo de la historia de la locura, ella es la que ha dado cuenta de la poca claridad que se tiene a la hora de hablar del loco.
El mundo exterior para el loco, desde la razón, es una dificultad. El delirio es una respuesta incorrecta en occidente, no pertenece a eso que comúnmente se ha llamado realidad, eso que Poincaré dice, reconocemos en los otros y así damos cuenta que hay seres racionales. Este es el lugar del loco, aunque no haya espacio para él y menos para su discurso, la negación misma le brinda la oportunidad de estar, quizá no de ser, pero sí de estar, de inicio.
Lo importante es comprender qué se dice. Y para comprender qué se dice, es importante ver los reversos, las resonancias, las superposiciones significativas. Cualesquiera sean, y podemos admitir todos los contrasentidos, nunca son casuales. Quien medita sobre el organismo del lenguaje debe saber todo lo posible, y hacer, tanto respecto a una palabra como a un giro, o a una locución, el fichero más completo posible (Lacan, 1956).
El loco no se puede comprender quizá sino desde donde Lacan propone, desde la escucha, desde donde el loco no es un número o un salvaje venido a occidente. Justo donde su discurso toma un lugar. Le llaman la otredad al loco, pero no escapa de nadie la posibilidad de entrar en esa otredad, poner al loco en una esquina no lo quita del centro de la imposibilidad.
La biografía del loco, como espacio, habría que mirarla desde el campo de la lógica, el tiempo cronológico ha dado ya su propia sustancia, le ha quedado muy corta al loco, la historia lo pone en ese lugar donde la certeza quebranta el deseo del obsesivo de la ciencia, y le da un trazo muy distinto.
Ese espacio del loco es un espacio que la propia psiquiatría ha intentado construir, es una construcción que nada tiene que ver con las estructuras maravillosas que Schreber ha puesto para todos en sus Memorias, una construcción en donde la ciencia y la religión obtienen ese don, el don de la falta.
Intentaré con él (con las memorias) proporcionar a otras personas una exposición, por lo menos en alguna medida comprensible, de las cosas sobrenaturales cuyo conocimiento me fue proporcionado hace aproximadamente seis años, una comprensión total no puedo, ya desde el comienzo, darla por descontado, pues se trata aquí en parte de cosas que de ninguna manera consienten ser expresadas en lenguaje humano, por cuanto trascienden las posibilidades humanas de concebirlas (Schreber, 1903).
Esta certeza de la que nos habla Schreber es una certeza que se busca en la ciencia, no alardea al decirnos lo que se le ha dado de manera divina. Schreber de alguna manera le da su lugar al Otro y al otro, le intenta decir algo a la humanidad a través de sus memorias. Escribe desde ambas posiciones, desde el delirio y sin él, se pone en ambas posiciones, se sabe de pronto loco y de pronto anuncia la divinidad. Rebasa las leyes del hombre e intenta rebasar las leyes divinas, cuestiona el tratado de la iglesia hacia el hombre y nos obsequia sus escritos.
“Al escoger el objetivismo se opta por seguir la conciencia hasta donde conduzca, y aceptar las consecuencias de seguirla, sean las que sean, con la convicción de que las consecuencias espirituales de traicionar la conciencia pura serían mucho peores a la larga” (Lepanto, 1975).
La con-ciencia nos muestra sus propias divergencias, las recaídas que sufre a diario parecen aumentar la convicción de que el objeto está, es, será y ha sido el tratado a estudiar, y a la par, se objetiviza al sujeto, no conforma con ello, se objetiviza al loco al que ya de por sí se le había relegado.
Al pasar el loco de sujeto a objeto, ¿Qué le garantiza esa objetivación? ¿A dónde lo ha llevado en la historia de la locura esa intención? ¿Hasta dónde puede un sujeto verdaderamente convertirse en el objeto de alguien más? ¿La invención de la psiquiatría le ha venido bien acaso a la locura, o es que el loco se sigue emancipando psíquica y burlonamente ante su incomprensión?
La condición que el loco comparte junto con el mal nombrado cuerdo es el punto en donde pasan de ser sujetos a objetos. El objeto para la psiquiatría y la ciencia es una exhibición de la poca claridad con que se escucha en occidente al sujeto. Un objeto es una representación para el sujeto, ¿en qué punto el sujeto es una representación de objeto? Parece que en el punto donde la psiquiatría le ha dado esa posición (casi) universal.
El objeto en la razón
El método científico tiene su victoria sobre el quehacer de este mundo, niega, aísla, discrimina, protege, orienta y sobre todo facilita las herramientas mínimas e indispensables para convivir con la realidad. No intenta la cura, da la cura, no en vano el médico sigue teniendo el poder de la sanación, un poder que aún lo aliena a la representación del salvador, y aquí la pregunta, ¿salvador de qué? ¿No es acaso el cuerpo de una categoría agotable en la religión judeocristiana?
El objeto es adherible a la ciencia, dependiente y hasta creado por ella casi en su totalidad. Le presenta al sujeto el deber de adquirirlo a manera de religión, y aquí el sujeto queda a la expectativa de lo que la ciencia le brinda.
El sujeto es, receptáculo y no precursor, es susceptible a volverse un parásito de un discurso que le antecede y posteriormente reproduce, un discurso del que es esclavo desde el momento en que se le entregan las primeras palabras, de ese discurso en relación al objeto. Es un discurso hegemónico que trae consigo su propia crisis y que alcanza al sujeto con significantes como libertad, amor, felicidad e ideología. Todas ellas encerradas en la circularidad que no deja salida alguna ante la demanda diaria que obtura el reconocimiento del deseo.
Hay la necesidad en la ciencia de explicar la materia, de adentrarse al terreno de lo inexplicable, del fondo que no cesa de continuar, la presencia simbólica de intentar apalabrar lo real, eso caracteriza a la ciencia en los últimos siglos.
“El intento de Rank era hijo de su época: fue concebido bajo el influjo de la oposición entre la miseria europea de posguerra y la «prosperity» norteamericana, y estaba destinado a acompasar el tiempo de la terapia analítica a la prisa de la vida norteamericana” (Freud, 1937).
Algo sabe el loco que resalta aquello que desconoce el sabio, el sujeto que supone saber se acerca un poco a su propia falta. El discurso mismo al tratar de entender la locura, desde la fenomenología, da cuenta de una locura imaginaria pues se pone énfasis en lo que se cree saber de la locura.
La realidad humana no puede engendrarse y mantenerse en la existencia sino en tanto que realidad “reconocida”. Sólo siendo “reconocido” por otro, por los otros, y, en su límite, por todos los otros, un ser humano es realmente humano tanto para él mismo como para los otros. Y no es sino hablando de una realidad humana “reconocida” que se puede, al llamarla humana, enunciar una verdad en el sentido propio y exacto del término (Kojéve, 1971).
Si nos apoyamos del racionalismo para ejercer cierta verdad, tal como se nos ha mostrado en el positivismo que ante todo es objetivista; donde antes del sentido se haya el contacto con el objeto a estudiar y esto genera un sentido, podríamos dar cuenta del legado en que la locura fluye, en la sin-razón, y podríamos dilucidar en ese camino el mito individual del loco, un mito cargado de su propia verdad, pero no la verdad del sabio, tampoco la del individuo social que rechaza la incoherencia discursiva, hablaríamos de la locura entonces, la locura ante su propia lógica, una lógica que innegablemente está castrada por el pensamiento occidental, ese pensamiento que avanza a pasos enormes con su propia verdad, la cual, evidentemente, no puede excluir su propia mentira, su propia sin-razón.
CONCLUSIONES
En conclusión, la exclusión del personaje loco (paradójica, pues no se logra) del esquema social de la normalidad es una lucha incesante, aún en las calles el loco corre riesgos pues parece que a ese espacio no pertenece, es el espacio del otro-normal -sabrá que sea eso-, habría que escuchar al loco para ubicar al menos su posición significante, darle un lugar, con lo que conlleva todo eso.
La realidad en tanto alucinante, pone en duda el discurso mismo de sujeto social. Pensar que alguien está delirando en su enunciación no es exclusivo de la locura, pareciera más bien exclusivo del individuo social volcado por el signo lingüístico y estigmatizado por discursos que le anteceden en relación a la primacía de la razón como eje central del pensamiento moderno. El lugar de la razón ha sido casi siempre un lugar privilegiado que va anunciando el deber hacer social, pero no necesariamente un saber otro posibilitador y garante del lugar social.
BIBLIOGRAFÍA
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Freud, S. (1924/1992). Obras completas. Volumen 19. Neurosis y psicosis. Argentina: Amorrortu.
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González Rojo, A. E. (2007). Poeta en la ventana. México. Recuperado dehttp://www.enriquegonzalezrojo.com/pdf/POETAENLAVENTANA.pdf
Kojève, A. (s.f.). La dialéctica del amo y del esclavo, en Hegel, comentada por Kojève. Recuperado dehttp://www.sindominio.net/etcetera/PUBLICACIONES/minimas/62_Kojeve.pdf
Lacan, J. (1956/2010). Seminario 3, Las psicosis. Argentina: Paidós.
Lepanto, P. (1975). Retorno a la razón. México: Elektra mexicana.
Poincaré, H. (1964). Filosofía de la ciencia. México: UNAM.
Schreber, D. P. (1903/2008). Memorias de un enfermo de nervios. España: Sexto piso.
Roudinesco, E., Cangui, G. y Postel, J. (1992). Pensar la locura. Ensayos sobre Michel Foucault. Argentina: Paidós.