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El cuidado de los hijos, una dura lección

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Si eres padre o madre, dale tiempo para que te cuente que soñó, para que te diga con quién come en el descanso o tal vez para que llore por algún fracaso. Si eres padre o madre, no grites delante de tu hijo, no discutas cosas que seguramente a él no le importan. No lo llenes de miedo o de angustias. Deja que tu hijo disfrute, sueñe, sonría. No le digas que tu pareja es la mala o que no los quiere. No le cuentes, hoy no tienes, a él no le importa, no lo entiende, es un niño y no puede ver lo que tus cansados ojos ven. Apenas conoce la vida, no se la arruines tan pronto que de eso se encarga el destino.

Todas las noches cuando la obscuridad se apoderaba en mi casa y la luz de la sala se encendía ya sabía que me tenía que desnudar, dolía más cuando intentaba quitarme la ropa.

“¿Por qué a mí? ¿Por qué lo permite? ¿Acaso no me quiere?”
Esas eran las preguntas que en mi mente deambulaban sin dejarme dormir. Mis días de temor y rencor habían envuelto a mi corazón en un oscuro mundo de depresión. A mis catorce años, empezando a vivir, deseaba dejar de sentir.

Él no era la figura de protección que mis amigas presumían tener. Él no era el padre amoroso que ellas a gritos pedían ver. Él era una pesadilla, un lobo que en mí había encontrado comida.

Las personas que lo sabían, fingían que no lo veían y quienes lo intuían murmuraban mientras “la niña abusada” caminaba.

Mi existencia era un infierno, y a nadie más le importaba. Mi madre siempre tan ocupada apenas y se acordaba que yo también la necesitaba. Mi vida pasaba mientras yo sólo lloraba.

Jamás se preocuparon por lo que pasaba cada noche en mi recámara, nunca preguntaron por mi padre en la madrugada. Nunca, nadie quiso saber de mi ausencia mental en clase. Fui una niña no desea, fui una niña no planeada. Llegué de improviso y estoy aquí porque no supieron qué hacer conmigo. Ahora me sacan provecho y abusarme lo creen un derecho.

Mis lágrimas caen al piso mojando, mi rostro, mis sueños se escapan dejándome marcada, mis pasos son eternos, mis murmullos son silencio. Mis miradas tan fijas esconden mi pena tan grande. Mis venas cortadas son la historia que mi cuerpo todas las noches canta.

Ojalá me muera, pienso, ojalá no exista más. Ojalá lloren, y supliquen perdón. Pero de una vez les aviso que en mí ya existe demasiado rencor y que el perdonar no fue inculcado en el dolor.

Lloro, todo el tiempo lloro. Me duele, ¿no ves? Estoy herida de muerte, estoy herida en el alma. Mi padre, él ser que me dio la vida es el mismo que noche tras noche me la quita. ¿Cómo vivir con eso?

Pero no importa, nada de esto importa, porque mañana cuando llegue la noche él se va a acercar a mi cama y ahí estaré, llena de odio, de miedo, de tristeza, esperando a que él quiera romper en mí la poca ilusión que aún queda…

Si eres padre o madre, piensa en todo lo que has gritado delante de ese ser a quien aún le cuesta entender quién es. Piensa en todas las veces que le has regañado por cosas superfluas y le has gritado por algún dolor de cabeza. Piensa en que él no tiene la culpa de que no te alcance, piensa en que él no te pidió vivir.

Si eres padre o madre y no pretendías serlo, lo siento, ya lo eres y tienes la obligación de actuar como tal porque para ese ser al que no quieres eres lo único que tiene.
No hagas sufrir a un niño, pues de adulto querrá hacer sufrir, lo que él sufrió, al mundo.

Por Nicole Argudín.
Estudiante de Preparatoria de la Universidad ETAC, Campus Coacalco.

Referencia de la imagen:
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